Pesimismo en la eurocracia

BRUSELAS.- (apro).- En medio del desplome del euro y el regreso de medidas de control de las fronteras entre los países de la Unión Europea (UE) –que socavan conquistas fundamentales del proceso de integración regional–, los funcionarios de las instituciones comunitarias desbordan pesimismo: sólo 22% de ellos cree que la UE ha evolucionado de manera “positiva” en la última década, mientras que 63% considera que “el modelo europeo entró de lleno en una crisis duradera”.

(Artículo publicado el 22 de Julio de 2011 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)

Esos mismos funcionarios –que son expertos técnicos en la legislación que se aplica en todos los Estados socios de la UE– aseguran que la implementación de la moneda única europea, el euro, “fue una buena decisión” (73%), aunque también creen que la falta de solidaridad con Grecia, así como el cuestionamiento del Tratado Schengen de fronteras abiertas y varias decisiones unilaterales que tomaron en conjunto los gobiernos de Francia y Alemania, han derivado en que el modelo de integración europea haya entrado en una “crisis perdurable” (64%).

De manera paradójica, sólo 26% acepta que “los programas de austeridad impuestos por Bruselas” a países como Grecia son la causa de la impopularidad de la UE, lo que contrasta con los resultados del más reciente Eurobarómetro publicado en noviembre pasado, unos meses después de que el gobierno de Atenas recibió el primer rescate: en ese sondeo, 64% de los griegos dijo desconfiar de la Comisión Europea y 65% del Banco Central Europeo, mientras que 71% consideró que la UE “no manejó eficientemente” la crisis económica en su país.

Esas opiniones las revela un análisis de la Fundación Europea de Estudios Progresistas (FEPS, por sus siglas en inglés), un think tank con sede en Bruselas y cercano al Partido Socialista Europeo.

Un aspecto novedoso de ese estudio –presentado durante una conferencia de la FEPS celebrada el 29 y 30 de junio pasado en esta capital– es que en él se rompe la extrema discreción con que se conducen en público los burócratas que trabajan para la Comisión Europea, el organismo que propone y vigila el cumplimiento de las leyes comunes a los 27 Estados asociados.

Aceptaron participar en el sondeo 231 “eurócratas” –82 con rango de administradores y 149 de asistentes–, provenientes de todos los países miembros de la UE.

La mayor porción de ellos (31%) opinó que el proyecto integrador de la UE había evolucionado negativamente, en tanto que otro 12% piensa incluso que lo ha hecho “muy negativamente”. Únicamente 2% de los encuestados aseguró que el desarrollo de la UE en los últimos diez años había sido “muy positivo”.

Además, 17% respondió que su visión en ese rubro no era “ni positiva ni negativa”, y 15% contestó que la respuesta es “muy variable dependiendo de cada región”: el “sentimiento europeo”, según 29%, se ha expandido más favorablemente en los países miembros de Europa del Este –que accedieron al bloque en 2004 y 2007–, y el escepticismo frente a la UE creció en Gran Bretaña y Grecia, de acuerdo a 49 y 26%, respectivamente.

Así, la FEPS constata que “el péndulo se inclina a una percepción negativa”, dado que “el proceso de integración europea se deteriora y no mejora”, aunque, precisa, “no se observan fuertes convicciones al respecto” por parte de los funcionarios encuestados.

Nacionalismo

Los partidos de la extrema derecha, con consignas patrióticas y agresivos programas contra la UE, siguen ganando terreno en el escenario político europeo: en Suecia accedió por primera vez al Parlamento; en Dinamarca y Holanda venden caro su apoyo a los gobiernos de centroderecha; en Finlandia se colocó como tercera fuerza política; en Francia avanza detrás de los dos grandes partidos hacia las presidenciales de 2012…

La izquierda radical también gana adeptos con un discurso demoledor de las políticas económicas y financieras que promulga la UE.

En el estudio de la FEPS, 51% de los eurócratas opina que el declive de las posiciones favorables a la integración continental se debe, precisamente, al “desarrollo de los nacionalismos”.

Históricamente, la idea de una comunidad europea de naciones se ha gestado y nutrido en pequeños círculos intelectuales; a ésta se han opuesto los movimientos populares nacionalistas o revolucionarios.

Tras la segunda guerra mundial, la UE ganó viabilidad porque garantizó la paz y la prosperidad a través de un conjunto de instituciones de diálogo y negociación para la implementación de políticas comunes; después se convirtió en la estructura natural de adaptación de Europa al proceso de globalización política, económica, comercial y cultural. Ahora también paga los costos del modelo.

De esa forma, los eurócratas mencionan en el estudio de la FEPS otros motivos del debilitamiento de la UE: “La ausencia de proyectos comunes claramente comprendidos por la ciudadanía” (47%); “la pérdida de confianza en los políticos” (46%); “la recesión económica” (44%); “la ampliación de la UE” (42%); “el aumento de los desequilibrios en el crecimiento económico de los países de la UE” (35%), y “la ausencia de líderes carismáticos” (31%).

Este último punto cuestiona, en particular, la proyección internacional y el desempeño del presidente del Consejo Europeo, el exprimer ministro belga Herman Van Rompuy, y de la Alta Representante de la UE en Política Exterior y Seguridad, la inglesa Catherine Ashton, dos de los puestos más altos y simbólicos de las instituciones comunitarias de Bruselas; el Parlamento Europeo ha criticado la falta de iniciativa y el reducido margen de influencia política de ambos dirigentes, poco conocidos en el momento de asumir sus cargos.

Por otro lado, en el estudio del FEPS uno de cada cuatro funcionarios asevera que las actuales dificultades que atraviesa la UE están ligadas con el incremento del desempleo, la forma en que los medios de comunicación hablan de la UE y sus decisiones, los programas de austeridad impuestos por Bruselas –como el caso de Grecia–, o el discurso sobre la integración de los inmigrantes.

El presidente de la FEPS, el exprimer ministro italiano Massimo D’Alema –nombrado durante el proceso de selección que ganó Van Rompuy– señaló en un comunicado de prensa que “los oficiales de la UE parecen considerar que el poder europeo está en las manos de los Estados miembros, lo que revela un elemento de debilidad de las instituciones de la UE, que se supone deben asumir ese papel”.

Consecuencias

Sólo 24% de los funcionarios opina que el Tratado de Lisboa ha tenido “un efecto significativo y positivo”. Dicho tratado, que entró en vigor en diciembre de 2009, constituye el acervo de leyes básicas de la UE y suponía la modernización de los mecanismos de funcionamiento del bloque tras sucesivas ampliaciones.

El Tratado de Lisboa creó los puestos de Van Rompuy y Ashton y el nuevo Servicio Europeo de Acción Exterior, que integró los diferentes cuerpos diplomáticos en un sistema único con el objetivo de que la UE alcanzara una mayor y más eficiente presencia global.

En ese sentido, 84% manifiesta la necesidad de que los gobiernos nacionales europeos “defiendan el proyecto de integración”. Un caso de esa urgencia lo muestra la reciente reforma del Tratado Schengen de 1985, que recortó la libertad fronteriza entre países de la UE a propuesta del presidente francés Nicolas Sarkozy y del primer ministro italiano Silvio Berlusconi frente a la llegada de inmigrantes norafricanos, pero con evidentes propósitos electorales internos.

¿Cuáles son las posibles implicaciones de esta caída en el sentimiento europeísta?, pregunta la FEPS.

El estudio comenta que los eurócratas “están muy preocupados por los potenciales efectos y lo exteriorizan muy fuertemente. Éstos confirman que el declive de tal sentimiento es considerado un problema real y 63% declara que puede fortalecerse en los próximos años y que no será fácil revertir el fenómeno, por lo que debe ser tratado muy seriamente por los líderes europeos porque pone el desarrollo europeo sobre una vía peligrosa”.

Si continúa sobre esa vía, observan, en la UE se reforzarán los nacionalismos, se dificultará la integración, se debilitará aún más la posición de la UE en el escenario global y se obstaculizará la recuperación económica de una Europa ya severamente afectada por la recesión.

La FEPS pregunta cómo se puede revitalizar ese sentimiento y cuáles son los actores “obligados” a hacerlo y, sorpresivamente, 84% de los funcionarios contesta que los medios de comunicación, 73% que los gobiernos de los Estados asociados y 59% que las mismas instituciones de la UE, aunque la mayoría (54%) indica que la mejor manera de estimular el apoyo de la población a la UE es a través de programas que generen empleos.

No hay duda alguna en ubicar las medidas para revertir el rechazo: una mejor comunicación de los oficiales europeos sobre sus proyectos; lograr posiciones comunes en política exterior; implantar una base fiscal común para combatir el dumping social; seleccionar dirigentes más carismáticos para informar mejor y motivar a los ciudadanos; y motivar la idea de un gobierno económico europeo.

Por el contrario, no creen que mejore la situación por la elección de un presidente europeo por sufragio universal; la representación única de Europa en la Organización de las Naciones Unidas; o el establecimiento de un impuesto especial para financiar la UE.