Desde Bélgica, el embrión de la Internacional Populista

Steve Bannon, Mateo Salvini y Modrikamen. Foto: Twitter

Formado hace un par de años y sin fuerza real en sus inicios, El Movimiento tuvo un súbito crecimiento de la mano de Steve Bannon, exconsejero de Donald Trump, quien presume de apoyar financieramente a organizaciones similares en toda Europa. El movimiento creado por Mischael Modrikamen pretende crear una especie de Internacional Populista con cuatro principios: más soberanía a las naciones, más control fronterizo, más límites a la migración y el máximo combate al “islamismo radical”.

BRUSELAS.- El abogado y político belga Mischael Modrikamen registró en enero de 2017 una fundación llamada El Movimiento. Su capital de arranque fue de 2 mil 500 euros.

Con sede en la lujosa villa de Bruselas, donde reside Modrikamen, la organización nació con un objetivo: promover en Europa la visión política del entonces recién electo presidente estadunidense Donald Trump.

El proyecto apenas despertó curiosidad entre el mundo político y los medios europeos. Una razón fue el muy modesto arrastre que tiene Modrikamen en la vida política de Bélgica.

Procedente de una familia de militantes socialistas, Modrikamen había atraído en 2008 una fuerte atención mediática como abogado de los accionistas minoritarios que se opusieron, sin éxito, a la nacionalización y venta del Fortis Bank durante la crisis financiera global.

Obnubilado por ese liderazgo pasajero, en 2009 fundó el Partido Popular, un pequeño feudo familiar de mínima representación parlamentaria. Su presencia se limita a la región de habla francesa del país y en su breve historia se han sucedido varias deserciones cupulares.

Bajo su dirección el partido se fue radicalizando a la derecha y él se volvió un político “impresentable”, según un artículo publicado en 2013 por el semanario belga Le Vif/L’Express.

De ser calificado como conservador liberal, en 2016 el Partido Popular fue reclasificado por el sitio antifascista belga Resistances como una agrupación de extrema derecha.

Ese mismo año una auditoría reveló que la organización de partidos euroescépticos de la que era vicepresidente, la Alianza para la Democracia Directa en Europa (creada en 2014), había usado indebidamente los fondos que recibía en campañas nacionales de sus integrantes, por ejemplo la de la salida de Reino Unido de la Unión Europea (UE).

Modrikamen –cuyas oficinas fueron cateadas por la policía en noviembre de 2017– fue acusado de efectuar transferencias dudosas de subsidios para financiar un congreso y un periódico interno de su partido. Fue obligado a devolver poco más de 400 mil euros.

La alianza terminó por disolverse en 2016, no sin dejar abolladuras a la imagen de Modrikamen.

Con esos antecedentes, el litigante belga ha relatado que previo al nacimiento de El Movimiento trató de comunicarse con Trump, pero que el equipo de colaboradores del millonario presidente no le hizo caso.

A mediados de 2018 El Movimiento salió sorpresivamente de la sombra: Steve Bannon, el arquitecto de la doctrina “Estados Unidos primero” y principal estratega de Trump hasta que éste lo corrió en agosto de 2017, anunció su asociación con Modrikamen para apoyar a los populistas europeos de derecha bajo el paraguas de El Movimiento.

Ese acercamiento fue posible gracias a la intervención de un amigo cercano de Modrikamen: Nigel Farage, el entonces líder del Partido de la Independencia de Reino Unido (UKIP) y figura de proa del populismo “soberanista”, que alcanzó la gloria entre los suyos tras su victoriosa campaña a favor del Brexit.

En junio pasado, Farage llamó por teléfono al político belga para avisarle que Bannon quería conocerlo.

El 15 de julio –dos días después de que miles de británicos salieron a la calle a protestar contra la visita a Londres de Donald Trump– se concretó en un suntuoso hotel de la capital británica el encuentro entre ambos dirigentes, al que asistió Farage.

Bannon consideró en aquel desayuno que el acontecer europeo “marca los tiempos” actuales, por lo que el referéndum de junio de 2016, en el que una ligera mayoría de británicos se decidió por el Brexit, significó “la señal de la revuelta popular” que permitió el triunfo de Trump.

En su cálculo político, una impetuosa progresión de las fuerzas populistas de derecha en las elecciones europeas de mayo próximo (que determinarán la composición de la nueva legislatura del Parlamento Europeo) “preparará la relección de Trump” en noviembre de 2020.

Modrikamen cuenta que entonces comprendió que su proyecto político encajaba a la perfección con el análisis del estadunidense. Pocos días después recibió otra llamada de Farage, que le transmitió un mensaje: “Bannon quiere ir adelante con el proyecto, y rápido, contigo”.

Dinero de Bannon

Después de su desencuentro con Trump –que lo llevó a ser despedido del gobierno y luego cesado como presidente ejecutivo del ultraderechista sitio de noticias Breitbart News–, Bannon decidió poner su arsenal político y financiero al servicio de la extrema derecha del otro lado del Atlántico con la intención, dijo, de “clavarle una estaca al vampiro que es la UE”.

De acuerdo con un análisis de sondeos realizado por la agencia Reuter, los partidos contrarios a la UE crecerán en conjunto 60% en las elecciones del Parlamento Europeo.

Se pronostica que el grupo Europa de las Naciones y las Libertades, que incluye al partido francés Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) de Marine Le Pen, y al Partido de la Libertad holandés de Geert Wilders, duplicará sus 35 diputaciones actuales gracias también al alza de popularidad de La Liga italiana de Matteo Salvini.

Si se suman los eurodiputados que podría ganar la otra bancada populista, Europa de la Libertad y la Democracia Directa –que dominan el UKIP y el Movimiento 5 Estrellas de Italia–, su representación pasaría del actual 10.4% (78 escaños) a un histórico 17% (119), contando incluso con la partida de los 19 legisladores europeos del UKIP por el Brexit.

Para alcanzar o superar ese escenario, Bannon planeaba poner a disposición de los extremistas a consejeros políticos de alto nivel, información electoral especializada, análisis de datos así como asesoría en redes sociales y apoyo en selección de candidatos. Todo gratis.

Bannon había afirmado que está dispuesto a asumir completamente el costo que implica tan vasta operación política, que rondaría entre 5 y 15 millones de euros para mayo. Según comentó a la prensa británica, en octubre ya había gastado un millón de euros en ese tipo de servicios en favor de partidos de siete países europeos, pero no reveló cuáles.

“El momento ha llegado para unir nuestras fuerzas”, clamaba a mediados de septiembre su socio Modrikamen.

El Movimiento se plantea establecer una especie de Internacional Populista con eje en cuatro principios comunes: más soberanía a las naciones, más control fronterizo, más límites a la migración y el máximo combate del “islamismo radical”. En sus estatutos originales se habla también de “la defensa de Israel” y de un enfoque “no dogmático de los fenómenos climáticos”.

“Comenzaremos en Europa, pero nuestro objetivo es crear un club global, desde Canadá hasta Asia”, declaró Modrikamen.

Bannon se reunió ya en Nueva York con uno de los hijos del presidente brasileño de extrema derecha Jair Bolsonaro.

Muchos han alzado la ceja frente a la idea del abogado belga de que El Movimiento también abra la puerta a “populistas de izquierda”.

El ejemplo que ponía por esas fechas era Aufstehen, un pequeño partido alemán de extrema izquierda con posiciones antiinmigrantes, o el Movimiento 5 Estrellas –en el gobierno italiano al lado de los xenófobos de La Liga–, al que ha pedido definirse de una vez por todas “a la izquierda o a la derecha”.

Divisiones

Alarmados por sus posturas racistas y ultraconservadoras, y su poderosa influencia política para propagarlas, algunos medios locales llegaron a referirse a la participación de Bannon en El Movimiento en términos militaristas. Se describía como la plataforma desde la que “se prepara el asalto de Europa” o como “El inquietante plan de Bannon para Europa”.

Sin embargo, El Movimiento está muy lejos de convertirse –como lo ambicionan Modrikamen y Bannon– en el equivalente “soberanista” de lo que representan, según ellos, la UE, el Foro Económico de Davos o la Open Society de George Soros para los “globalistas”.

Pese a que los dirigentes de El Movimiento se reunieron durante meses con varios líderes populistas, la única figura de peso que habrían logrado reclutar es Matteo­ Salvini, quien personalmente no lo ha confirmado. Algunos han expresado su simpatía pero sin fincar un compromiso.

Medios europeos opinan que será prácticamente imposible para Bannon zanjar las diferencias entre las muchas corrientes populistas de Europa.

Farage, por ejemplo, se ha negado a que el UKIP colabore con Agrupación Nacional, porque lo considera antisemita.

Salvini y el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, admiran al presidente ruso, Vladimir Putin; en cambio, aunque comparte el rechazo a la migración y a la UE, el partido católico ultranacionalista Ley y Justicia –que preside con mano dura Jaroslaw Kaczynski y que gobierna Polonia desde 2015– sostiene históricamente una posición antirrusa.

Disienten igualmente en su grado de euroescepticismo: algunos desean la desar­ticulación de la UE y otros, como el partido de Modrikamen, formulan diversos niveles de reforma.

Marine Le Pen –que desde hace tiempo teje alianzas por su cuenta y cuyo partido aparece en primer lugar en algunos sondeos nacionales– ha dicho que “no ve grandes oportunidades para cooperar” con Bannon, puesto que “Europa no es Estados Unidos”. Lo mismo opina Harald Vilinski, el secretario general del ultraderechista Partido de la Libertad de Austria, que gobierna con los conservadores.

La puntilla la dio Alexander Gauland, el copresidente de Alternativa por Alemania, que va en segundo lugar en las mediciones nacionales, detrás del partido de la canciller Angela Merkel. Gauland expresó que el proyecto de Bannon está condenado al fracaso porque “los intereses de los partidos antisistema de Europa son muy distintos”.

La prensa europea reporta que también han declinado unirse a El Movimiento partidos de Suecia, Finlandia y la República Checa. Y en el Parlamento Europeo los voceros de los grupos populistas se han deslindado de cualquier adhesión.

A ese escollo hay que añadir la sensibilidad que existe en las sociedades europeas sobre el involucramiento de actores externos en las elecciones, en particular rusos, pero no únicamente.

Resulta que los servicios profesionales que ofrece Bannon a sus potenciales aliados son considerados ilegales o están muy restringidos por las leyes electorales de la mayoría de los países europeos, que prohíben donaciones con valor monetario que provengan de una fuente extranjera. Entre esos países están aquellos con partidos populistas consolidados o en ascenso, como Francia, España, Alemania, Hungría, la República Checa o Polonia.

De hecho, la ley electoral de Bélgica tampoco permite al partido de Modrikamen captar fondos para El Movimiento, de acuerdo con una investigación de The Guardian.

Frente a tales adversidades, Bannon declaró que guardaba la esperanza de que quizás después de la elección europea de mayo se den las condiciones para un alineamiento de la extrema derecha.

Por el momento, Bannon suspendió su ofrecimiento de recursos para no infringir las leyes.

Y hasta principios de marzo tampoco se sabía nada de la fastuosa cumbre inaugural de El Movimiento que, según anunció Bannon en octubre, tendría lugar en Bruselas a mediados de enero último. Se esperaba la asistencia de representantes de “20, 25 o 30 grupos, movimientos o partidos de Europa, y quizás de otras partes del mundo”.

A principios de marzo, Bannon anunció que la cita se realizaría entre finales de marzo y mayo.

En un artículo del sitio Político, titulado “La titubeante aventura europea de Bannon”,­ el exconsejero afirmó que su proyecto no es un fracaso, sino un “gran éxito”. Más aún: aseguró que los partidos populistas no ganarán 30%. sino la mitad de los votos en las elecciones europeas.

*Este reportaje se publicó el 24 de marzo de 2019 en la edición 2212 de la revista Proceso. Aquí puedes leer el texto original.