El “universo sombrío” de Denis Meyers

Denis Meyers observando su obra destruida

BRUSELAS (apro).- En septiembre del año pasado el artista belga Denis Meyers emprendió un proyecto colosal que él mismo consideraba una locura: plasmar con su arte urbano una superficie de 25 mil metros cuadrados, equivalente al área que ocupa media plancha del Zócalo de la Ciudad de México. Y lo hizo sabiendo que todo sería destruido; de ahí el carácter excepcional de su propuesta y el interés por su universo artístico.

*Este reportaje fue publicado el 7 de septiembre de 2016 por la agencia de la revista PROCESO (AQUÍ PUEDES LEERLO). La demolición del edificio Solvay comenzó a principios de marzo de 2017. La fotografía de portada fue tomada de la cuenta de Twitter del artista e ilustra el comienzo del proceso de demolición en donde él aparece.

El proyecto lo realizó en condiciones hostiles de humedad y frío dentro de un edificio abandonado y destrozado en espera de su demolición; el inmueble que alguna vez fuera la magna sede en la capital belga de la empresa trasnacional de químicos Solvay.

Con una paciencia excepcional y sólo utilizando los colores negro y blanco, Meyers colmó muros, puertas, mamparas, techos, ventanas y objetos con miles de palabras e incontables dibujos de sus personajes estilizados de rasgos angulosos, que había registrado en sus cuadernos de trabajo durante 20 años, razón por la cual surgió el título de la exposición: “Remember/Souvenir” (Recordar/Recuerdo).

La obra de Meyers en Bélgica. Foto: Thomas Vandendriessche

Al término de ocho meses de trabajo, el artista creó un universo sombrío y por momentos agobiante. Su obra se extiende por habitaciones que originalmente fueron oficinas, salas de reunión o amplios salones de recreación y de eventos, así como a lo largo de pasillos, en los cubos de escalera e incluso en las cavas, en donde Meyers reconstruyó un espacio lóbrego con dibujos de calaveras caricaturizadas al que llamó “las catacumbas”.

En total, el artista utilizó mil 500 latas de aerosol, 500 litros de pintura negra y otros 700 litros de pintura acrílica blanca.

El resultado fue un éxito: más de 16 mil personas obtuvieron un lugar en las visitas guiadas que se organizaron para ver la obra y muchos se quedaron con las ganas de verla, la prensa cultural le dedicó amplios espacios y Meyers recibió la aclamación de los críticos, convirtiéndose en una celebridad en el medio del arte urbano.

“El proyecto me aportó muchísimo a nivel artístico”, afirma Meyers en entrevista con Apro, la cual fue realizada en una nave del edificio Solvay. “Me lancé en algo monumental, algo muy duro a manejar. Fueron ocho meses durante los cuales tuve que venir todos los días a pintar. En ese sentido el proyecto me hizo ganar cierta confianza en mí mismo. Es cierto que los personajes que pinté en los muros los saqué de los cuadernos donde ya los había dibujado, pero hizo falta plasmarlos en tamaño más grande y contar una historia. Además, mi trabajo no tenía que ser repetitivo, tenía que causar sorpresa todo el tiempo”.

La obra de Meyers en Bélgica. Foto: Jon Verhoeft

Locura financiera

Meyers se graduó en 2004 de la reconocida Escuela Nacional Superior de Artes Visuales de La Cambre, en Bruselas, en la que estudió diseño gráfico y tipografía. Su abuelo fue el famoso ilustrador belga Lucien de Roeck, quien diseñó el cartel de la exposición universal de 1958 y creó el llamado “estilo átomo”, además de haber dibujado algunas portadas del cómic Tin tin.
“Desde un principio pensé que el proyecto era una locura. Pero finalmente creí en él; estaba muy motivado. Tenía muchas ganas de realizarlo”, señala Meyers.

Y vaya que estaba resuelto para llevarlo a cabo. El artista primero tuvo que convencer a los propietarios del inmueble, las empresas Allfin y BPI, que no querían dejarlo entrar al inmueble por miedo a que el proyecto terminara siendo un pretexto para el vandalismo. En paralelo, el artista tuvo que avocarse a realizar los engorrosos permisos administrativos que requería su proyecto, los cuales tardó más de dos años en conseguir.

El entrevistado comenta: “Por lo general, cuando un artista quiere ocupar un espacio para organizar una exposición, un taller o un evento, en los propietarios surge inmediatamente la imagen del artista que consume drogas, que no sabe gestionar un trámite ni contratar un seguro o que hará la fiesta todo el tiempo. Es un cliché, pero próximo a la realidad: muchos artistas saben pintar, crear una emoción, pero no saben cómo emplear una aseguradora, garantizar la seguridad de un lugar o solicitar la autorización de la policía y los bomberos, como debí hacerlo yo para realizar este proyecto”.

Meyers y su obra en Bélgica.

Finalmente, Meyers tuvo que firmar una convención en la que asumió toda la responsabilidad de lo que sucediera en el inmueble en el marco de su exposición. Ocurrió también que muchos medios de comunicación y marcas se comenzaron a interesar por su propuesta.

“Los propietarios del edificio Solvay empezaron a darse cuenta también de que el proyecto podía ser interesante para ellos en términos de imagen. En cuestión de responsabilidad, todo recaía sobre mí en caso de que surgiera cualquier problema”, narra el artista, que tuvo que pedir prestado “decenas de miles de euros” para poder dedicarse tiempo completo a pintar y solventar sus gastos personales durante casi un año.

Y es que originalmente el proyecto sólo tenía el propósito de ser mostrado algunos de sus amigos y producir un libro en pequeño tiraje.

–¿Pidió tanto dinero prestado sin tener planeada una retribución económica del proyecto? –se le cuestiona a Meyers.

–Sí.

–Fue una locura en términos financieros…

–Sí.

Meyers relata que con el avance del proyecto, mucha gente le dijo que tenía que hacerlo público.
“Entonces tuvieron que venir 260 voluntarios a echarme la mano para limpiar todo, asegurarlo e iluminarlo, de modo que el inmueble pudiera ser visitado. También la inauguración (en abril) la abrimos al público y asistieron 2 mil 400 personas. Al principio únicamente ofrecimos 200 lugares para visitar el lugar en sesiones guiadas y terminamos recibiendo a 16 mil”.

La entrada para visitar la exposición costó 180 pesos. En el lugar se abrió igualmente una zona de galería, donde los amantes del arte urbano y contemporáneo pueden adquirir elementos del edificio intervenidos por el artista, como puertas o pedazos de mobiliario, cuyos precios oscilaban entre 6 mil y 35 mil pesos.

Problemas emocionales

Meyers confiesa que “Remerber/Souvenir” es una exposición “muy personal”, aunque los espectadores se pueden identificar muy fácilmente con ella. Hay tantas palabras, dice, “que cada uno puede encontrar las que definen su propia historia y sus propios sentimientos”.

Para él, la pieza más importante por su significado es en la que representó a sus hijos. “Es mi historia y la suya”, señala a Apro.

La obra de Meyers en Bélgica. Foto: Thomas Vandendriessche

Entre sus preferidas también se encuentra aquella a la que se refiere como “la playa”, una gran habitación sin ventanas y silenciosa donde hay regada una grava muy fina. “Si caminas con los ojos cerrados parece que estás en la playa, además de que hay un olor a humedad muy particular, como si el mar efectivamente estuviera cerca”.

En esa habitación domina una frase: “Ne te courbe que pour aimer” (No te inclines más que para amar), del poeta de la resistencia francesa René Char y que Meyers considera “muy simbólica y próxima de los valores que quiere transmitir” a través de su trabajo.

Otro de sus espacios favoritos lo componen las cavas, las mencionadas “catacumbas”, a donde Meyers bajaba a pintar calaveras para relajarse. En esa zona están las calderas y las tuberías de la calefacción del edificio. “Ahí están representados los ciclos: las tuberías envían agua fría a la caldera, que la reenvía caliente: es la imagen del corazón; las calderas son el corazón del inmueble. Y las calaveras representan la idea de que la vida no es fácil y hay que levantarse”.

Las catacumbas de Meyers.

Y es que el proyecto también, y sobre todo, le ayudó a Meyers a sobreponerse a sus emociones personales, muy afectadas por la separación de su pareja.

“Mi estado emocional –admite– no iba nada bien antes de comenzar el proyecto. Fue muy difícil: me quedaba en cama y me pasaba el día llorando. El proyecto no curó todo, pero me motivó a levantarme todas las mañanas. A veces me daban ganas de abandonarlo todo pensando que era muy grande. Pero después tomaba conciencia de que otras personas ya estaban trabajando en él, que ya se me habían regalado muchas horas de trabajo. Entonces decidía continuar. Esa motivación fue una especie de respeto para la gente que colaboró conmigo”.

–¿Cuál es su estado de ánimo actualmente?

–Obviamente estoy cansado. Fueron dos años de trámites y luego ocho meses de pintar todos los días en condiciones muy complicadas. Después fueron dos meses de visitas, de entrevistas con la prensa, de eventos, y además durante este tiempo continué pintando, cuidando a mis hijos y encontrando soluciones financieras para pagar el dinero que pedí prestado para el proyecto.

Estoy contento que esto termine.

Está planeado que el edificio comience a ser definitivamente destruido estos días, luego de cinco aplazamientos este año debido al éxito de la exposición.

Meyers y su obra en Bélgica. Foto: Gilles Parmentier

El artista comenta: “(La demolición del Solvay) es una manera de voltear una página personal, a la separación con mi pareja a partir del proyecto, a los riesgos de todo tipo que tomé lanzándome en él: financieros, físicos y hasta artísticos, puesto que lo que aquí hice muestra un trabajo distinto. Pero a pesar de todo eso, también debo reconocer que estoy triste por el hecho de que todo este universo será destruido. Seré yo el que se ocupe de manejar la máquina demoledora durante el primer minuto de destrucción del inmueble. Es evidente que voy a extrañar este edificio”.

–¿Hay algo que no te haya dejado satisfecho con el proyecto?

–Me hubiera gustado disponer de un mes más para pintar. Sucede que tengo la sensación de que el proyecto ya no me pertenece: hay tanta gente que lo ha visto y he pasado tanto tiempo en ocuparme de los visitantes, que quisiera terminar mi periodo dentro del edificio pintándolo.

Sólo eso. No quiero tener que abrir la puerta o contestar el teléfono. Quiero estar solo. Quiero que el último recuerdo suyo sea dándole un trazo de pintura.