ARCHIVO EUROPEO: UE: grandes ambiciones, pocos recursos

BRUSELAS (apro).– Aunque los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea lograron concretar lo que parecía un acuerdo imposible del paquete presupuestal, su monto contrasta con los grandes discursos políticos sobre la importancia de Europa en el mundo y en la vida de los propios ciudadanos “comunitarios”. El presupuesto para el periodo 2007/2013 será de 362 mil 363 millones de euros, es decir apenas el 1.045 por ciento del Producto Interno Bruto de los 25 países que conforman el bloque comercial.

(Artículo publicado el 2 de enero de 2006 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)

La cantidad es 16 mil millones de euros superior a la que originalmente había propuesto el Reino Unido, presidente en turno de la UE, que equivalía a 1.03 por ciento del PIB comunitario, que fue rechazada por todos.

“El presupuesto de la UE es ridículo comparado con el peso que le dan al suyo los Estados miembro”, señala a Apro Xavier Wauthy, profesor de economía en la especialización de estudios europeos de las Facultades Saint-Louis.

La mayoría de los gobiernos europeos destina a su presupuesto nacional entre 45 y 50 por ciento de la riqueza generada. Así, por ejemplo, el gasto público anual del pequeño Reino de Bélgica es comparable al que hace funcionar a toda la UE, que es de más o menos 100 mil millones de euros.

Otro punto de referencia: la “caja común” de este año dispuso de 118 mil millones de euros, lo que no es más que un cuarto de las despensas que los franceses invierten en su seguridad social en el mismo periodo de tiempo.

Además, el número de funcionarios que trabaja para las instituciones de la UE ––demasiados, desde el punto de vista de los euroescépticos–, ronda las 36 mil personas, la misma cantidad que se encarga sólo de la administración de la alcaldía de París. Únicamente en Francia hay cinco millones de burócratas.

“Ello demuestra la enorme separación entre la ambición europea y la modestia de sus medios”, explica Susanne Nies, directora de investigación del Instituto de Relaciones Internacionales y Estratégicas de París.

“Hay un error de percepción ––agrega–: el hecho de que ‘Europa’ sea más importante que los ‘Estados-nación’ sobre un plan geográfico, nos lleva a pensar que lo es también sobre los otros planos, sea político, económico o social. No es así, visto que las despensas de la UE representan el 1 por ciento del PIB de los Estados miembros”.

“Nudo político”

¿Cómo pretende la UE hablarle de tú a tú a Estados Unidos si los recursos financieros para siete años que le destinan los 25 Estados miembros son 20 veces inferiores al gasto federal estadunidense de 2005? ¿Cómo ganar protagonismo como actor en la escena internacional dedicándole a su política exterior el 579 por ciento del presupuesto total, o lo que es lo mismo, 50 mil 10 millones de euros de 862 mil millones? Más que ilustrativo resulta el hecho de que el apartado “Administración” haya obtenido 290 millones de euros más.

Según recientes sondeos de opinión, la gran mayoría de europeos quiere que Bruselas se convierta en una fuerza diplomática de primer nivel, y que se formalice la figura de “ministro de Exteriores de la UE”, como lo prevé la Constitución, ahora en periodo de reflexión.

Pero la cantidad pactada el pasado 16 de diciembre es insuficiente a todas luces. Incluso, si fue anunciado como un “avance” y una muestra de que se está remontando la crisis abierta tras los “no” de Francia y Holanda a la Constitución Europea a principios de 2005, el presupuesto es en realidad fruto de un tijeretazo. Representa 10 mil millones de euros menos que la propuesta de Luxemburgo; 14 mil millones menos que la del Parlamento Europeo, y 34 mil millones menos que la de la Comisión Europea que, como órgano ejecutivo de la UE, le toca pelear por más dinero.

A pesar de que el premier británico Tony Blair cedió de último minuto a las arcas comunitarias el 20 por ciento de los 50 mil millones de euros que sólo su país recibiría de devolución, el presupuesto final arrebata fondos a los países del Este recién ingresados para acercarse al objetivo del 1 por ciento que perseguía el club de los seis contribuyentes netos: Francia, Alemania, Reino Unido, Holanda, Austria y Suecia. En el periodo 2000/2006, ese porcentaje fue de 114.

Sin embargo, ese pequeño monto es capaz de despertar el orgullo patrio y provocar excepcionales riñas diplomáticas, como la que protagonizaron el presidente francés Jacques Chirac y Tony Blair, culpándose mutuamente de “egoísta”.

Como indica Nies, de la repartición del presupuesto emana un fuerte valor simbólico: “El de la correlación de intereses legítimos y particulares de los Estados miembros por un lado, y el de la voluntad comunitaria por el otro”.

“Se trata siempre de un ‘nudo político’, en la medida que el presupuesto fija el nivel de compromiso del poder público en materia de abastecimiento de bienes públicos”, abunda Wauthy. “Y más importante aún: la visibilidad del presupuesto, la posibilidad que éste ofrece de identificar claramente los ‘ganadores’ y los ‘perdedores’, lo hacen un juego crucial para los políticos que lo negocian”, explica.

“MiniEuropa”

¿Con qué cara se plantaría frente a su pueblo el presidente polaco, Kazimierz Marcinkiewicz, para decirles que, tras su anhelada entrada a la UE, les fueron recortadas las millonarias ayudas prometidas? ¿Cómo explicaría Blair a sus aguerridos eurofóbicos que el “cheque británico” que negoció en 1984 la “dama de hierro”, Margaret Thatcher, él lo fue a perder a Bruselas? ¿Qué carrera política le quedaría a Chirac si un día anuncia a los afortunados agricultores franceses que la UE les va a cerrar el grifo de las subvenciones, dejándolos desamparados ante la competencia mundial?

Cada dirigente europeo se juega en la negociación del presupuesto común su propio capital político local, incluido el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, cuya función es la defender el interés colectivo. Barroso calificó el presupuesto que proponía originalmente el Reino Unido como digna de una “mini Europa”, y tachó a Tony Blair –su amigo personal y a quien apoyó en la guerra contra Irak– de “actuar como el Sheriff de Nottingham”, al quitar a los pobres para dárselo a los ricos, disminuyendo ayudas a los países excomunistas recién integrados a la Unión.

Cuando Londres mejoró un poco su propuesta, el portugués la juzgó otra vez de “insuficiente”. “¿Qué no se dan cuenta que nadie la apoya?”, le reclamó a viva voz al enviado de Blair durante una sesión del Parlamento Europeo, donde se debatía el tema. Sin embargo, del acuerdo del 16 de diciembre, Barroso habló maravillas. ¿Un aumento de 0.015% puede cambiar tanto las cosas?

Sí, contestaría Chirac en referencia a las definiciones. Cuando una periodista le preguntó por “la propuesta de Ángela Merkel” de aumentar de 1.03 por ciento a 1.045, Chirac le respondió, notablemente enfadado, que tal proposición no había sido formulada sólo por la nueva canciller alemana ––que se llevó el título de “Miss Europa” en la prensa de su país por haber sido la “estrella” de la cumbre–, sino también por él, por lo tanto que era “franco-alemana”.

De hecho, el presidente español José Luis Rodríguez Zapatero se montó al mismo carro que Chirac. Al día siguiente, el diario El País ––cuyas simpatías con Zapatero son conocidas–, remarcó en sus titulares que el acuerdo que desbloqueó las discusiones en torno al presupuesto, eran producto de una “alianza” del líder socialista con Chirac y Merkel, permitiéndole a la UE “revivir el proyecto europeo”.

La gran importancia que, en ocasiones como ésta tiene para los dirigentes europeos ser vistos en sus países como “vencedores”, ha dejado anécdotas de antología.

Yves Clarisse y Jean Quatremer, corresponsales en Bruselas de la agencia Reuters y del diario Libération, respectivamente, recuerdan en un reciente libro el episodio aquel, sucedido en la cumbre de Copenhague de 2002, en la que el presidente polaco, Lezlek Millar, se presentó ante la prensa de su país. Acababa de obtener para Polonia un aumento de mil millones de euros en las ayudas de la UE: “Sus periodistas ––cuentan– le reservaron una ovación de pie digna de una reunión del partido comunista norcoreano”