Los nexos de Al Qaeda

BRUSELAS.- Las relaciones de Osama Bin Laden y Al Qaeda con los talibanes siempre fueron conflictivas, pero aun así Estados Unidos invadió Afganistán, el 7 de octubre de 2001, por haber colaborado en los atentados del 11 de septiembre.

En realidad, tanto Al Qaeda como el movimiento Talibán dependen de la estructura militar y política del llamado Grupo Haqqani, que continúa avivando la insurgencia de ambas organizaciones en Afganistán, con la complicidad del gobierno de Pakistán.

Así lo indica un reporte del Combating Terrorism Center de la Academia Militar de West Point, en Virginia, Estados Unidos, publicado en julio pasado con el título “El nexo entre el Grupo Haqqani y la evolución de Al Qaeda”, cuyos autores son los expertos Don Rassler y Vahid Brown.

El reporte describe al Grupo Haqqani como “una organización afgana y pakistaní que surgió en los años 70, bajo el liderazgo de Jalaluddin Haqqani, y que ha jugado un papel único en la región debido a sus relaciones interpersonales, su posición geográfica y su enfoque estratégico. Actualmente opera como una facción semiautónoma del Talibán y con primacía en el sureste de Afganistán”.

El poderío de este grupo proviene también de sus fuertes lazos con el ejército de Pakistán y sus siniestros servicios de inteligencia (ISI por sus siglas en inglés), los cuales han usado al Grupo Haqqani como un conducto para ejercer influencia en Afganistán y mediar conflictos en las Áreas Tribales de Administración Federal pakistanés, donde se refugiaron las cúpulas rebeldes afganas tras la invasión estadunidense.

A través de su historia, reseñan Rassler y Brown, Haqqani ha operado e influenciado una militancia a nivel local, regional y global, esta última la dimensión más subestimada, “que ha jugado un papel central en la evolución de Al Qaeda y del movimiento global de la Guerra Santa (Jihad)”.

Explican: “La amenaza del terrorismo internacional no es y nunca ha sido representada por Al Qaeda solamente. Los investigadores y la comunidad política han interpretado mal el contexto local preciso del desarrollo de la Jihad global y han subestimado el papel crítico del Grupo Haqqani en el sostenimiento de los ciclos de violencia más allá de su región de abierta influencia”.

Agrega: “Tras la muerte de Osama Bin Laden (el 2 de mayo pasado), Al Qaeda podría enfrentar un futuro incierto, pero los recursos y relaciones que el Grupo Haqqani ha cuidadosamente ensamblado en las últimas tres décadas, y que han ayudado a abrigar el surgimiento de Al Qaeda, se mantienen firmemente.

“Posicionado entre dos Estados inestables (Afganistán y Pakistán), y operando más allá de sus efectivas soberanías, el Grupo Haqqani ha sido mucho tiempo considerado, equivocadamente, un actor local con preocupaciones locales”. Y advierte: “Es vital que la comunidad política corrija el curso de una evaluación errónea y reconozca la región de refugio del grupo Haqqani como lo que ha sido siempre: el manantial de la Jihad”.

Según fuentes periodísticas, los gobiernos estadunidense y afgano buscan contactos para un acuerdo de pacificación con el mando Talibán, no así con Haqqani, que continúa acertando golpes mortales a las tropas aliadas, aunque Pakistán insiste en integrarlo a una posible mesa de negociaciones.

Disputas

Las relaciones entre los talibanes y Al Qaeda estuvieron marcadas desde el principio, a mediados de los años 90, por una sospecha mutua. Abu Musab al-Suri, un estratega de Al Qaeda, narró que Yunis Khalis, el jefe de Hezb-i-Islami Khalis, una organización aliada de los talibanes, instalada en la provincia afgana de Nangarhar, le dijo a él y a Osama Bin Laden que llegaba de su antiguo exilio en Sudán: “Ustedes son nuestros invitados y nadie los molestará. Si llegan a tener algún problema con los talibanes, avísenme. No podré hacer mucho, pero puedo intentarlo”.

El antiguo guardaespaldas de Bin Laden, Nasir al-Bahri, llegó a comentar que cuando los representantes del Consejo talibán se trasladaban para encontrarlo, él rechazaba verlos personalmente, además de que se oponía a que pelearan para los talibanes los combatientes que se entrenaban en los diversos campos de Al Qaeda en el valle de Zhawara.

Algunas figuras de Al Qaeda, como Abu Hafs al-Masri, lucharon al lado de los talibanes sólo bajo las órdenes de Jalaluddin Haqqani.

Una mayor fuente de tensiones significaron las incendiarias declaraciones de Bin Laden contra Occidente, que el mulá Omar expresamente reprobaba y veía como una amenaza a la causa talibán, exponen Rassler y Brown.

En 1996 Bin Laden emitió desde su refugio afgano un memorable comunicado en el que llamó a los musulmanes a boicotear los productos estadunidenses y proseguir la guerra santa contra los intereses de la “cruzada sionista” en Arabia Saudita. Seis meses después de esa comunicación, el jefe de Al Qaeda invitó a Tora Bora al periodista de la cadena estadunidense CNN, Peter Bergen, para que lo entrevistara: las declaraciones de Bin Laden fueron mucho más radicales, casi idénticas al discurso que Haqqani y sus seguidores propalaban en propaganda interna.

El mulá Omar se enfureció: le pidió a Bin Laden que se mudara con su familia a Kandahar, lugar de nacimiento del poder talibán, argumentando que ahí “la situación es más segura”; aunque en realidad, considera el reporte, Omar buscaba ejercer un mayor control sobre las actividades del líder de Al Qaeda, quien a partir de entonces comenzó a aprovechar al grupo Qattani, con el que compartía canales de financiamiento, para proseguir con sus provocaciones.

En febrero de 1998, Bin Laden y otros líderes fundamentalistas anunciaron la formación del “Frente islámico mundial contra los judíos y los cruzados”, en la que ordenaron a los musulmanes de todo el planeta “matar estadunidenses en donde los encuentren”. Esa declaración, remarca el CNC, fue la declaración más radical de guerra santa global realizada por Al Qaeda: fue emitida desde el campo de entrenamiento al-Siqqid en Zhawara, territorio de Haqqani, y no desde Kandahar, y los periodistas invitados para la ocasión fueron escoltados desde Waziristán Norte por milicianos de Harakut ul-Mujahidin (HuM), una organización de Cachemira que entrenaba a sus combatientes en los campos de Al Qaeda y Haqqani en Zhawara.

Tales operaciones mediáticas de Al Qaeda llegaron a disgustar tanto al mando talibán que, luego de una posterior conferencia de prensa el mismo año, el propio mulá Omar telefoneó, enfurecido, a uno de los periodistas asistentes, el pakistanés Rahimullah Yusufzai: le preguntó cómo había logrado ingresar a territorio afgano sin una visa autorizada por el consejo Talibán. “¡¿Cómo se atreve (Bin Laden) a dar una conferencia de prensa sin mi permiso?!”, espetó Omar. “En Afganistán sólo ordena una persona: yo o él… ya me encargaré de eso”, advirtió.

Ahmad Zaydan, otro periodista asiduo a esos encuentros con Bin Laden, cuenta que éstos se organizaban en áreas alejadas de la influencia talibán, como en Jalalabad, zona controlada por Khalis, o en Patkia, donde Jalalauddin Haqqani, quien goza de buenas relaciones con las agencias de inteligencia de Pakistán, era considerado como un rey.

Debido a tales antecedentes, los autores del reporte concluyen que antes de los ataques del 11 de septiembre de 2001, la jihad que lanzó Al Qaeda contra Estados Unidos sólo podía devenir operativa para los combatientes extranjeros en el territorio afgano controlado por la red Haqqani, como Waziristán, donde corrieron a refugiarse tras la invasión estadunidense del país.

“Los nexos locales, regionales y globales que construyó Haqqani durante dos décadas, permitió a sus aliados desplegar la violencia más allá de la región fronteriza entre Afganistán y Pakistán en los años 90, avivando conflictos tan lejanos en Cachemira, Asia Central y África”. Por ese motivo, remarcan, “la invasión estadunidense forzó a huir a este conglomerado entrelazado de militantes de su santuario en territorio de Haqqani en el suresre de Afganistán, pero que se reorganizó no muy lejos; de hecho, la invasión del país, que consiguió derrocar tan rápido al régimen Talibán, solo empujó a esta mezcla de combatientes unos cuantos kilómetros al este, en Waziristan Norte, en Pakistán, donde permanecen desde entonces, con la organización de Haqqani jugando todavía un papel central”.

Red intacta

Washington estrechó aún más la alianza entre Al Qaeda y Haqqani con su intervención militar en Afganistán: Haqqani, plantea el reporte, facilitó a Al Qaeda un sistema de protección y una base operativa, desde la que puede efectuar ataques dentro de Afganistán y planear acciones terroristas internacionales.

En la actualidad, las líneas de operación y funcionamiento de ambas organizaciones se mantienen “profundamente integradas” en la región de Loya Patkia, en el sureste afgano, y la región paquistaní de Waziristan Norte. Esa íntima relación estructural, añade, ha continuado a lo largo del relevo generacional en el liderazgo de la agrupación Haqqani, de Jalaluddin a su hijo Sirajuddin, lo que contribuye a afianzar la resistencia de Al Qaeda y tensar las relaciones de Estados Unidos y Pakistán.

El poderío de Haqqani también ha sido “esencial en el surgimiento y expansión geográfica de la insurgencia talibán en Afganistán”.

El 31 de mayo de 2006, el líder Talibán mulá Dadullah declaró a la televisora Al-Jazirah: “No hay duda que Haqqani y su hijo dirigen las batallas y diseñan los planes militares”. Esta cercanía se refleja en el hecho de que Haqqani lidera el Consejo talibán de Miranshah y está representado en el Consejo de coordinación central talibán de Rahbari.

Sin embargo, hay diferencias estratégicas. El grupo de Haqqani acoge milicianos extranjeros de la Unión Islámica de Guerra Santa y de Al Qaeda, al que está unido operativamente, mientras que el Consejo Talibán, comandado por Omar, es renuente a abrir sus filas a otros y se esfuerza por distanciarse públicamente de Al Qaeda desde los atentados del 11 de septiembre.

En agosto de 2008, Al Qaeda reivindicó un multiataque terrorista contra las fuerzas de la coalición en la base Salerno de Khost (Loya Patkia). En 2009, en una entrevista de Al Jazirah con Mustafa Abu al-Yazid, comandante de Al Qaeda en Afganistán, asesinado en 2010, éste dijo que el ataque había sido ejecutado en conjunto con sus socios locales.

En una entrevista transmitida por As-Sahab, la productora de contenidos mediáticos de Al Qaeda, el director militar en Paktika, Mawlawi Sangreen, incluso aseguró: “No hay distinción entre nosotros (…) Somos uno solo”.

Prueba de esa unidad operativa, pero también de los íntimas relaciones personales y de confianza que existen entre ambos aliados, es la muerte, en un combate el 11 de julio de 2008 en Seta Kandao, en Patkia, de Abu Hasan al-Saidi, un alto comandante militar de Al Qaeda y antiguo jefe de los campos de entrenamiento de Loya Paktia, y de Muhammed Omar Haqqani, el hijo de 18 años de Jalaluddin y hermano de Sirajuddin.

El reporte subraya que Jalaluddin fue uno de los organizadores del escape de Bin Laden y la cúpula de Al Qaeda a Pakistán tras la caída de los talibanes. La esposa de Ayman al-Zawahiri –el nuevo jefe de Al Qaeda luego del asesinato de Bin Laden el pasado 2 de mayo– se refugió en una propiedad de Haqqani en la frontera afgana, donde un bombardeo estadunidense la mató a finales de 2001.

Haqqani se ocupa de entrenar e introducir nuevas tropas insurgentes en Afganistán, “lo que ayuda a sostener la relevancia y fama de Al Qaeda como líder del movimiento de la Guerra Santa o Jihad global”, explica.

No solo eso. En una carta personal enviada en 2002 al mulá Omar, Bin Laden mencionó que “la guerra mediática es uno de los métodos más eficientes, y significa el 90% de la preparación al combate”.

La investigadora noruega Anne Stenersen publicó en abril de 2010 un estudio sobre la serie “Combustible para los estadunidenses en la tierra de Khorasan”, que consiste en 90 películas de propaganda terrorista, que realizó Al Sahab entre 2005 y 2009. Casi la mitad de esos filmes fueron rodados en provincias afganas donde Haqqani ejecuta operaciones talibanes (30 en Khost y 14 en Paktika), lo que significa que la zona de Loya Paktia “aún funciona como arena central de la actividad operacional y mediática de Al Qaeda dentro de Afganistán”, indican Rassler y Brown.

La red de Haqqani funciona también como “incubadora militar de los segmentos letales” del talibán pakistaní (Tehrik-e-Taliban Pakistan o TTP), que lucha contra el régimen de Islamabad.

El reporte indica que el mulá Omar y el propio Haqqani, que “minimiza su asociación con ellos”, han intentado “reorientar” hacia Afganistán la guerra santa de tal facción talibán. Una ocasión en 2009, los hombres de Haqqani recibieron la orden de no enfrentarse con un contingente de soldados pakistaníes; lo haría un comando del TTP, lo que ilustra el profundo vínculo existente entre ambas organizaciones con cadenas de mando separadas, lo cual “mejora la resistencia y longevidad de cada causa”. Por ejemplo, el desplazamiento de combatientes y hombres bomba del TTP a la región afgana de Loya Paktia beneficia operacionalmente a Haqqani y, en consecuencia, a los talibanes, y al mismo tiempo el TTP puede aplicar en su guerra contra Pakistán la experiencia en combate y el entrenamiento aprendidos.

Desde “la primavera de 2008″, recoge el reporte, las fuerzas de Haqqani habrían sido reforzadas con cuatro mil talibanes pakistaníes.

(Artículo publicado el 9 de Septiembre de 2011 en la sección Prisma Internacional de la Agencia PROCESO)